ARTÍCULOS DE OPINIÓN por Fulgencio Agrio Porra
“Herederos
de ira” (inspirado en artículo
de Carla Angola)
¿Con qué moral podremos reclamarle a las
nuevas generaciones que se dejen llevar por arrebatos de odio o temor? ¿Cómo
evitar que la nefasta influencia de los tiempos en los que vivimos no se
refleje en las futuras acciones de nuestros hijos?
Venezuela está atravesando por uno de sus
momentos más sombríos, tiempos en los que se siembra odios, de los que
seguramente se cosecharán tempestades. Tiempos marcados por la polarización: Un
pueblo agobiado de problemas y un gobierno disfrutando de las mieles del poder.
Unos angustiados por el desabastecimiento, la inseguridad y la inflación; otros
jactándose obscenamente de una prosperidad mal habida. Ciudadanos que exigen
justicia y malhechores que inventan enemigos. Algunos contienen su impotencia y
nutren su sed de venganza; otros fomentan la violencia y vomitan cínicamente su
desprecio por los “menos astutos”.
Son nuestros niños y jóvenes los que tendrán
en sus manos, y en sus conciencias, la tarea de retomar un sendero de
convivencia nacional que brinde el clima de prosperidad, seguridad y armonía
que sus padres y dirigentes no supieron forjar. Desafortunadamente, no hemos
sabido darle a las nuevas generaciones el mejor de los ejemplos, ni las
herramientas, para que emprendan la urgente reconstrucción de una patria
lacerada por la codicia de unos y la apatía de otros.
No podemos perder la esperanza que los nuevos
hijos de Venezuela inviertan sus energías en obras y acciones basadas únicamente
en las virtudes que heredaron de sus padres, en el ejemplo que recibieron de
los buenos hombres y mujeres que no se dejaron arrastrar por la corrupción y el
egoísmo. Ojalá que los infortunios que han vivido y padecido desde su
nacimiento no hayan dejado heridas incurables. Ojalá que los que decidimos
odiar o temer no entreguemos como herencia la vergüenza y la ira.
¡Pobre
Universidad!
Una vez más, después de una inquietante pero
esperanzadora prórroga (aunque suene contradictorio), los profesores, empleados
y obreros de la UDO Cantaura vuelven a ser notificados por el Rectorado que no
se cuentan con recursos para la cancelación de las deudas contractuales, menos
aún para la cancelación de aguinaldos y sueldos hasta diciembre de este año.
Una vez más, pude ver en sus caras ese gesto
de quien se sabe haber caído por idiota. En verdad, fue triste ver la
consternación de esas caras agobiadas por las deudas, quizá por el hambre, por
no tener ni para el pasaje. Ver esfumada de sus ojos la ilusión de poder
comprarse “alguito” para navidad.
Obviamente, no todos los profesores (no me
fijé bien en las caras de empleados y obreros)
mostraron tan patética expresión. Algunos perciben sus “churupitos” de
sus otros trabajos o empresas, por lo que bien pueden esperan a que algún día
le paguen lo necesario para gastárselo en algún antojito. Otros, impulsados por
el loable y exclusivo deseo de educar, se sienten bien satisfechos con tan solo
ser reconocidos como “Profesores Universitarios” y no dudaría que estén
dispuestos a realizar dicha tarea Ad
honorem.
Por su parte, muchos estudiantes solo exigen
la culminación de su semestre sin haber caído en cuenta, en apariencia, que con
hambre, deudas y demás preocupaciones económicas difícilmente se puede ofrecer
un servicio educativo de calidad. Me resisto a creer que los estudiantes solo
les importe obtener un diploma.
Ni hablar de la sospechosa indiferencia de
todos aquellos personeros (del Rectorado y de la Alcaldía) que son responsables
de la administración y control del dinero que se ha entregado. Ausencia de
presupuestos e informes de gestión, contralorías que no se han dedicado a
investigar y verificar en qué se han gastado más de 15.000.000 de BF. Trámites
burocráticos que no tienen fin y enmarañan la gestión. Gerentes institucionales
que no dan la cara o envían a emisarios especialistas en excusas.
Definitivamente, no podemos menos que sentir
lástima al ver una institución atrapada en la vorágine de la incertidumbre y el
desparpajo. Allá con sus conciencia tanto gerentes, empleados, profesores y
estudiantes. De un pueblo sediento de honradez venimos y hacia ese pueblo ¿Cómo
vamos?
LOPNA:
Ley Orgánica para Perjudicar a Niños y Adolescentes
La educación actual deja mucho que desear, nadie
lo duda. Muchos estudiantes, niños y jóvenes, demuestran tener un pobre
concepto de respeto hacia los demás y, peor aún, hacia ellos mismos. Bachilleres
promovidos que leen y escriben con suma dificultad, dependientes absolutamente
de una calculadora para sumar tres más cinco o de San Google para realizar
hasta la más simple tarea, impotentes de analizar o interpretar un problema,
áridos de capacidad creativa, hasta poco estimulados por el deporte.
Muchos padres y educadores echan a un lado su
deber o vocación de inculcar valores y principios, de ayudar en la forja de
generaciones responsables y emprendedoras. Tristemente, por no poder luchar
contra corriente, se resignan a formar generaciones de borregos y analfabetas
funcionales. Muchos, aunque saben que solo con el esfuerzo, la disciplina y la
perseverancia es que se puede modelar un ciudadano integral con una firme y
honorable personalidad, se ven presionados por una política educativa mezquina
y disposiciones legales artificiosas que obligan a reducir, al límite de la
mediocridad, cualquier esfuerzo formativo serio y comprometido con un mejor
futuro.
La LOPNA es uno de esos instrumentos legales
que, exaltando beneficios y derechos, propicia el “aprendizaje” de un cúmulo de
vicios y antivalores, cuyos dañinos efectos comienzan a enraizarse en nuestra
sociedad: depravación, deslealtad, deshonestidad, avaricia, apatía, egoísmo…
Nadie discute la necesidad de normativas
legales que garanticen un mejor trato y cuidado a los ciudadanos más indefensos
de nuestra sociedad, nuestros niños. Nadie tiene el derecho de maltratarlos,
así como tampoco de negarles una formación de calidad.
Pero, mientras existan leyes como la LOPNA,
que privilegien los derechos ante los deberes, que se interpreten y apliquen a
capricho de intereses malsanos o politiqueros, que favorezcan a una parcialidad
sin ni siquiera escuchar los argumentos de la contraparte, difícilmente se hará
justicia social con miras a consolidar una gran nación. Mientras no se revisen
y modifiquen sus ambigüedades, vacíos e inconsistencia, tendremos que
considerar que esta Ley no protege, sino que Perjudica a niños y adolescentes.
La descomposición que se percibe en la sociedad actual es prueba de ello.
¿Qué
hice para merecer esto?
Ese domingo me fui a la playa. Atrás dejé la
alharaca política y la crisis económica. ¡Cuerda de fastidiosos!
Mientras tomaba una cervecita, me reía de una
señora atormentada por el estruendo de un reggaeton que un carro tenía a full
volumen. Tan necia, con lo bien que sonaba. De repente, se formó un zafarrancho
entre unos motorizados. Comenzó la plomamentazón y me pegaron uno debajo del
estómago. Un compadre y mi mujer me cargaron hasta el carro para llevarme a una
clínica. El carro tenía dos vidrios rotos. Habían robado los cuatro paquetes de
Harina Pan y el papel toalé que nos tomó siete horas de cola para conseguirlos.
¡Malditos lambucios!
Iba vía a la clínica cuando mi compadre cayó
en una tronera y se le espichó un caucho. Yo estaba consciente pero perdía
bastante sangre. Mi mujer no cargaba ni aspirinas, estaban escasas. Media hora
después, unos policías aceptaron llevarme a cambio de “algo pa’ los refrescos”.
Un poco más adelante quedamos atrapados en una cola ocasionada por una
comunidad que exigía agua. Empecé a sudar frío.
Los policías me dejaron en el hospital, no
quisieron llevarme a “esa clínica de oligarcas sifrinos”. Mi compadre tuvo que
cargarme hasta la emergencia porque los camilleros estaban de paro. Pasó una
eternidad para que una enfermera se dignara a revisarme. Arrugó la cara. Creo
que le cuchichió al compadre algo no muy bueno. Mi mujer tenía nauseas por el
olor a orín que tenía la emergencia (no había presupuesto para el
mantenimiento). El compadre me dijo que tenía que aguantar, que los quirófanos
no tenían insumos.
Me inyectaron algo, o me sacaron algo. No sé.
Lo que sí oía era a un gentío gritando consignas “No volverán… Así. Así es que
se gobierna”. Alguien pasó por mi lado y, a pesar del dolor y el
debilitamiento, le oí decir “¡Nos fuñimos! Volvieron a ganar los rojitos”. En
ese momento, se fue la luz. Todo quedo inmensamente oscuro. Afuera seguro era
de noche. Solo se oían gritos cercanos y caravanas de sirenas.
Morí el 8 de diciembre, como un perro, a
oscuras y sin atención, ni siquiera pude despedirme, solo pasó por mi mente un
reproche: ¿Qué hice para merecer esto?